lunes, 27 de noviembre de 2017

¿Qué o quién impedía la grabación?

XI relato de “La Barbera. Una burbuja en el tiempo” o “Cuando los límites se entrecruzan”.

Allá por el año 1995, comenté a mis compañeros de trabajo algo de lo que sucedía en esa mansión. Uno de ellos me dijo que tenía dos amigas que hacían un programa de radio sobre estos temas en una localidad albaceteña. Se puso en contacto con ellas y le dijeron que grabara algo y que le mandara la cinta (de audio).
Mi compañero me dejó una grabadora y yo compré una cinta virgen de casette en la que se podía grabar un tiempo, de más o menos media hora, en cada cara y unas pilas o baterías nuevas.

                                         Antigua grabadora Philips N2202

Una noche, sobre las diez, me presenté en la casa y le expliqué a Pepica lo que quería hacer con la grabadora. Le pareció bien.
Pasé desde la vivienda de Pepica a la parte noble, y con cierto desasosiego recorrí los siete u ocho metros a oscuras hasta el interruptor de la luz. De allí pasé a la habitación de la biblioteca con el fin de dejar en ese lugar el aparato conectado.
 Apreté el botón correspondiente. Lo intenté varias veces, pero no hubo forma de que quedara enganchado.
Volví disgustado a la zona donde vivía Pepica, en la que se encontraba, además de ella, su hija menor, mi mujer y uno de mis hijos.
─ ¿Qué te pasa? ─Preguntó mi mujer─
 ─Pues que esto no funciona. Le aprieto aquí y no se queda sujeto.
 Al mismo tiempo presioné el botón y con sorpresa vi que se quedó enganchado y por lo tanto grabando. Le di al de parar y funcionó, le volví a dar al de grabar y funcionó.
─Perfecto, no sé qué le pasaba, pero ya funciona.

                                    Estancias de la zona noble de La Barbera

Regresé a la biblioteca y presioné la tecla de grabar. Nada, no había forma de que se quedara conectada.
Vuelta a casa de Pepica. Enfadado y soltando algún que otro improperio, les dije:
 ─No hay manera, esto no funciona.
Volví a presionar y… ¡se quedó enganchado!
Mi mujer me dijo:
─Déjalo así, no lo pares y colócalo donde querías.
¡Claro! ¡Seré zoquete! Con la grabadora funcionando me encaminé a la parte noble de la mansión, pero cuando mi pie pisó esa parte de la casa ¡plas! La tecla saltó.
─ ¿Qué está ocurriendo?
Con parte de mi cuerpo en la zona noble, la tecla saltaba, pero cuando daba un paso atrás y el aparato se encontraba en la zona de servidumbre, funcionaba. Lo comprobé varias veces y así era.

                                            La dama marrón. El pensante

─Tengo que intentarlo. ─les dije─
 Recorrí con el utensilio todos los espacios y rincones de la parte señorial, presionaba y saltaba, presionaba y saltaba.
Estaba harto e iba a desistir, cuando miré la cancela de la escalera y decidí probar en la parte interior, pasando el artefacto a través de los barrotes.
¡Por fin! La grabadora estaba funcionando en el descansillo de la escalera detrás de la reja y ahí se quedó. Ella misma se desconectaría al grabarse la totalidad de la cara.
Al día siguiente, sobre el mediodía, sonó el teléfono de mi casa. Era mi cuñada que con voz alterada me decía repetitivamente:
 ─Ven para acá que la grabadora sigue grabando.
No pude reaccionar. No me acordaba que la noche anterior había dejado la máquina funcionando, pero lo que oía no tenía sentido ya que habían pasado más de doce horas.

                              puerta-escalera-800x800. Mauro García de Pablos

Me desplacé a La Barbera y claramente vi que los rodillos de la cinta estaban girando, pero algo tenía que haber pasado porque eso era imposible. Alguien tenía que haber manipulado el artefacto.
Allí estaban Pepica y su tercera hija asegurándome que ellas no habían tocado nada, que tampoco se acordaban que la grabadora estaba allí y al entrar en esa parte de la casa cayeron en la cuenta, y además se percataron de que seguía funcionando, por lo que me telefonearon para comunicármelo.
Si hubiera estado mi cuñada sola, no me habría creído nada. Pero de Pepica no dudaba, durante los 24 años que llevaba tratándola y conociéndola, jamás le había oído una mentira ni un mal gesto. Hoy, que lleva más de cuatro años en el otro mundo y después de haber formado parte de mi familia durante 42, justo es decir que, a pesar de su pequeña estatura, fue una verdadera gran mujer, buena persona, honesta, sincera y recta. La echo de menos.

                                                architectureimg.com

Después de coger la grabadora y pasar a casa de Pepica, rebobiné la cinta hasta su inicio y nos pusimos a escuchar lo que podría haberse grabado.
Lo que yo oí fueron pasos bajando o subiendo por las escaleras, algún portazo, y el sonido metálico al abrir o cerrarse la cancela, pero claro, en la imaginación de cada uno se puede oír o percibir lo que se quiera. Pero cuando llevábamos escuchados unos 12 minutos de cinta, se oyeron muy claro las voces de mi cuñada diciendo:
─Mira la cinta, aún está grabando. Eso es imposible, llama a Paco porque no se lo va a creer.
 Y la de Pepica:
─No puede ser, eso es muy raro.
 Después, los sonidos de mi llegada a recoger el aparato.
Esa cinta la pudieron oír varias personas, entre ellas algunos compañeros de trabajo, pero incomprensiblemente desapareció, no sé ni cómo, ni cuándo, ni porqué, pero desapareció.


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